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Marie Curie: Ser útil hasta el final

 
Marie Curie


Contenido:

      ✅La Nobel altruista
      
El deseo de estudiar
      El triunfo de la voluntad
      Hacia el primer Premio Nobel
      Soledad, otro Nobel y una guerra
      Ser útil hasta el final
      La Nobel altruista

Pocas veces una vida y una vocación llegan a identificarse tanto como en el caso de Marie Sklodowska Curie. No descubrió la radiactividad, pero sus aportaciones al estudio de los fenómenos radiactivos con el descubrimiento del radio y el polonio la harían merecedora hasta en dos ocasiones de sendos Premios Nobel en Física y Química, además de convertirla en la primera mujer en ejercer la docencia en la Sorbona de París, y eso en un tiempo en el que la ciencia era un campo reservado a los hombres. Marie Curie fue una mujer absolutamente entregada al estudio, disciplinada, perseverante, brillantísima, espartana hasta rayar en el ascetismo, con una capacidad de sacrificio personal que la llevaría a anteponer el avance de sus investigaciones a su propia salud, y con una honradez y sentido ético tan elevados que jamás consintió en hacer de sus investigaciones una fuente de lucro particular. Tanto ella como su marido, el también científico Pierre Curie, con quien trabajó inseparablemente hasta quedar viuda, se negaron a patentar el radio, lo que les habría permitido evitar estrecheces y las más que precarias condiciones en que realizaron durante años sus experimentos. Su único interés fue el avance del conocimiento y la contribución al progreso de la humanidad, a la que ofrecieron altruistamente sus descubrimientos. La vida de Marie Curie es una historia de lucha, coraje, sacrificio y constancia, pero sobre todo es la historia de una mujer que vivió para una pasión: saber.Desde el siglo XVIII Polonia era una nación repartida entre tres estados: Rusia, Prusia y Austria. Aunque en tiempo de Napoleón éste creó con su territorio el Gran Ducado de Varsovia, la caída del emperador francés y el nuevo reparto de poderes establecido por el Congreso de Viena (1815) determinaron su anexión a la Rusia de los zares. La sucesión de dominaciones extranjeras sería la causa del surgimiento de un fuerte sentimiento nacionalista en Polonia que, a lo largo del siglo XIX, alentó varios levantamientos revolucionarios contra el poder ruso. Tras uno de ellos, ocurrido en 1863, Rusia recrudeció su política represora sobre toda muestra de identidad cultural o política polaca, llegando incluso a prohibir el empleo de la lengua autóctona y, por supuesto, su enseñanza. En esa Polonia oprimida nació el 7 de noviembre de 1867 Marya Salomee Sklodowska, a quien décadas más tarde el mundo entero conocería por su nombre de casada, Marie Curie.
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✅El deseo de estudiar


Marie fue la menor de los cinco hijos que tuvo el matrimonio formado por el profesor de matemáticas y física Wladyslaw Sklodowski y la también profesora Bronislawa Boguska. Sus hermanos mayores eran Sofie, Helena, Bronislawa y Jozef. En el hogar de los Sklodowski se respiraba un ambiente propicio al estudio, de modo que tanto Wladyslaw como Bronislawa procuraron ofrecer a todos sus hijos, independientemente de su sexo, una educación esmerada alentándolos a cursar carreras universitarias. La situación económica de la familia era complicada, pues los ingresos que ambos progenitores obtenían en sus respectivos trabajos como profesores no eran muy elevados, razón por la que desde muy pequeña Marie aprendió a distinguir entre lo necesario y lo superfluo y a ser muy austera en lo personal. En 1873, el despido de Wladyslaw del Liceo de Varsovia como consecuencia de la política rusa de marginación de los ciudadanos polacos del funcionariado, complicó aún más una situación que se vería agravada por dos tragedias sucesivas, la muerte de Sofie por tifus en 1876 y la de su madre por tuberculosis en 1878.

Marie asistió junto con sus hermanas a una escuela local en la que rápidamente despuntó como estudiante, de forma que con diez años asistía al mismo curso que su hermana Helena, dos años mayor que ella. En la escuela no sólo recibió la formación habitual, sino que, como era frecuente en muchas instituciones educativas de Polonia, también asistió a clases de historia y lengua polacas que de forma clandestina se impartían para quienes quisieran. El amor por su patria y la defensa de su cultura formaban parte de las convicciones más profundas de la familia Sklodowski (el abuelo de Marie había tomado parte activa en la rebelión de 1863) y continuarían siéndolo para Marie durante toda su vida. En junio de 1883 finalizó los estudios equivalentes a la actual secundaria como la alumna más brillante de su promoción, si bien su altísimo nivel de exigencia la llevó a la extenuación física y psicológica, por lo que su padre decidió que pasase un año de reposo en el campo junto con unos parientes. Su vocación por saber era tan profunda que siempre se exigiría los mayores esfuerzos para llegar a las metas que se marcaba, aunque su salud pudiera resentirse.

En otoño del año siguiente, ya recuperada, Marie regresó a casa y aunque tanto su deseo como el de su padre habría sido iniciar una carrera, la precaria economía familiar no se lo permitió. Decidida a colaborar al sustento común y a hacer al tiempo todo lo posible por continuar su formación, resolvió junto con su hermana Bronislawa (a la que familiarmente llamaban Bronia, y que desde la muerte de la madre se convertiría en su gran confidente) comenzar a dar clases particulares combinándolas cuando podían con la asistencia a la «Universidad volante» de Varsovia, una organización clandestina orientada a la educación superior de mujeres y la difusión de la cultura polaca. Pese al enorme esfuerzo tanto de Marie como de su hermana, los ingresos que obtenían por sus clases no eran suficientes como para costear los estudios superiores de ambas. Bronia deseaba estudiar medicina en la Universidad de París, la Sorbona, y en los dos años en que se había dedicado a dar clases sólo había logrado ahorrar el dinero suficiente para pagarse el viaje y costear los gastos de matrícula del primer año. Marie pensó entonces que si buscaba un trabajo fijo podría ayudar a su hermana a pagar sus estudios, y quizá más adelante Bronia podría hacer lo mismo con ella. No estaba dispuesta a renunciar a su deseo de estudiar una carrera, pero sí a aplazarlo para que también su hermana pudiera conseguirlo. Así, en septiembre de 1885, Marie se dirigió a una agencia de trabajo para solicitar empleo como institutriz, y ese mismo otoño entró al servicio de la familia de un abogado de Varsovia. Mientras, Bronia partía hacia París.

La experiencia de Marie resultó ser bastante dura, pues como ella misma escribiría en diciembre de 1885 a su prima Henrietta Michalowska, no encontró un entorno precisamente acogedor en la familia para la que trabajaba: «Querida Henrika: Desde que nos separamos mi existencia ha sido la de una prisionera. Como sabes, me coloqué en casa de los B., la familia de un abogado. Ni a mi peor enemigo desearía que viva en tal infierno. Mis relaciones con la señora B. llegaron a ser tan frías que, no pudiéndola soportar, se lo dije. Y como ella era exactamente tan entusiasta de mí como yo de ella, nos hemos entendido a las mil maravillas. Es una de esas familias ricas en donde, cuando hay gente, se habla francés —un francés de camareros—, y en donde no se pagan las facturas en seis meses (…) están dominados por el más sombrío embrutecimiento». Nada tiene de raro que, en esa situación, Marie procurase cambiar de trabajo rápidamente, de forma que a comienzos del año siguiente abandonó Varsovia para empezar a trabajar en casa de una adinerada familia de Szczuki, a cien kilómetros de la ciudad. La vida como institutriz con los Zorawski mejoró mucho respecto a su triste precedente pues en esta ocasión la trataron con consideración y afecto. Se ocupaba de la educación de sus dos hijas, Bronka y Andzia, de dieciocho y diez años, respectivamente, y en sus escasos ratos libres continuaba leyendo y estudiando por su cuenta para no abandonar su formación. Marie era una joven muy independiente, de firmes convicciones políticas y de ideas avanzadas para su época, particularmente en relación con la formación de las mujeres, y aunque por su trabajo se veía obligada a disimularlas, su espíritu continuó forjándose en ellas durante esos años. Así, en abril de 1886 escribía nuevamente a su prima: «Vivo como se tiene por costumbre vivir en mi posición. (…) ¿La conversación en sociedad? Chismes y más chismes. Los únicos temas de conversación son los vecinos, los bailes, las reuniones, etc. Por lo que al baile se refiere habría que ir muy lejos en busca de mejores bailarinas que estas jóvenes. (…) No son malas criaturas; algunas incluso son inteligentes, pero su educación no ha desarrollado su espíritu. (…) En cuanto a los muchachos, hay muy pocos que sean amables y menos aún inteligentes. Para las unas y para los otros, palabras tales como “positivismo”, “cuestión obrera”, etcétera, son verdaderas “bestias negras”, suponiendo que las hayan oído pronunciar alguna vez, lo cual sería una excepción. (…) ¡Si vieras qué ejemplar conducta tengo! Voy a la iglesia cada domingo y días de fiesta, sin invocar jamás un dolor de cabeza o una “gripe” para quedarme en casa. No hablo casi nunca de la educación superior de las mujeres. Y de una manera general, observo en mis propósitos la discreción que mi obligada condición me impone». Y en diciembre decía: «He adquirido la costumbre de levantarme a las seis de la mañana, para poder trabajar más, pero no puedo hacerlo siempre. (…) Leo en este momento la física de Daniel, de la que he leído ya el primer tomo, la sociología de Spencer en francés y las lecciones de anatomía y de fisiología de Paul Beers, en ruso. Leo muchas cosas a la vez. (…) Cuando me siento absolutamente inepta para leer con provecho, resuelvo problemas de álgebra y de trigonometría, que no soportan faltas de atención y me devuelven al buen camino». Tenía sólo diecinueve años, pero su carácter y sus intereses estaban ya plenamente definidos.

Marie permaneció en casa de los Zorawski hasta junio de 1889 y en ese tiempo encontró ocasión para organizar unas clases gratuitas junto con Bronka para los hijos de obreros y campesinos del lugar, y también para enamorarse en el verano de 1888 de Kazimierz, el hijo mayor de sus patrones. Aunque era correspondida, los padres de Kazimierz se opusieron a la relación dada la diferencia social entre ambos, de modo que Marie tuvo que pasar sobre su humillación y su tristeza para seguir trabajando en casa de los Zorawski todavía un año más. A su regreso a Varsovia continuó trabajando como institutriz hasta que en marzo de 1890 recibió una carta de su hermana Bronia. En ella le notificaba su próximo matrimonio con un estudiante de medicina e invitaba a su hermana a que, con su ayuda, ahorrase dinero durante un año para seguir sus pasos. Llena de dudas por tener que dejar a su padre y a su hermana Helena y tras muchos meses de duro trabajo y privaciones para conseguir ahorrar, en los primeros días de noviembre de 1891 Marie se subía a un vagón de cuarta clase del tren que por fin la conducía a la Sorbona.

✅El triunfo de la voluntad


El 3 de noviembre de 1891 Marie comenzó sus clases en la Facultad de Ciencias de la Sorbona. Era una de las poquísimas mujeres que conformaban el aproximadamente tres por ciento de la población universitaria femenina en la época, lo cual suponía de por sí un obstáculo añadido. Con el dinero que había ahorrado apenas podía cubrir sus gastos y el transporte hasta la universidad, ya que se alojaba en casa de su hermana Bronia —ya casada— en las afueras de París. Además, rápidamente pudo comprobar que su formación autodidacta tenía algunas carencias, por lo que se entregó en cuerpo y alma al estudio con el fin de alcanzar el nivel necesario para sacar todo el rendimiento a las clases que recibía de algunos profesores tan importantes como Gabriel Lippmann, Paul Appell o Henri Poincaré. Pese a todo no podía ser más feliz pues, como reconocería en su autobiografía, «todo lo que vi y aprendí que era nuevo me encantaba. Era como si se me abriese un nuevo mundo, el mundo de la ciencia, que por fin me era permitido conocer con toda libertad».

Pero la vida en casa de su hermana estaba llena de distracciones y el tiempo que perdía en ir y volver de la universidad se le antojaba excesivo, así que a los pocos meses de llegar a París, Marie logró convencer a Bronia para que la dejase alquilar una pequeña buhardilla a sólo quince minutos de la facultad. Estaba completamente obsesionada con aprovechar la oportunidad que por fin había logrado, y en su obsesión Marie, como le sucedería muchas más veces, se olvidó de sí misma. Para economizar los escasos cien francos mensuales de los que disponía, pasaba sin calefacción y prácticamente no comía. Todo su tiempo y sus energías estaban volcadas a una sola cosa, estudiar. Como no podía ser de otro modo, su salud se fue deteriorando hasta que un desvanecimiento producido por anemia supuso la señal de alarma para Bronia y su marido. Marie tuvo que regresar a casa de su hermana para poder recuperarse, aunque en pocas semanas recobró su agotador ritmo de trabajo. Tras los obstáculos iniciales, Marie comenzó a revelarse como una alumna muy brillante, incluso llegó a colaborar en el laboratorio del profesor Lippmann. Finalmente, en julio de 1893 se presentó a los exámenes para obtener la licenciatura en Física, y cuando los resultados se hicieron públicos Marie figuraba como la primera de su promoción. En aquel año sólo otra mujer había conseguido licenciarse en toda la Sorbona.

Con el comienzo del nuevo curso Marie obtuvo una beca de estudios de la Fundación Alexandrowitch que financiaba a alumnos especialmente aventajados. Gracias a ese dinero pudo comenzar su segunda licenciatura, esta vez en Matemáticas, en una situación mucho más desahogada y sin depender de la ayuda de pudiera hacerle llegar su padre. Años más tarde, Marie se convertiría en la única becada de la Fundación que devolviese el dinero recibido para que otros estudiantes como ella pudiesen disfrutar de la ayuda. Fue en ese mismo año cuando Marie conoció en casa de unos amigos a Pierre Curie, quien por entonces era ya una reputado físico gracias a sus investigaciones sobre el principio de electricidad polar (piezoelectricidad). La impresión que produjo a Marie quedaría recogida en su autobiografía: «Cuando entré en la habitación vi, enmarcado por la ventana francesa que se abría al balcón, un hombre joven y alto con pelo castaño rojizo y grandes, limpios, ojos. Advertí la expresión grave y amable de su cara, al igual que un cierto abandono en su actitud, sugiriendo el soñador absorto en sus reflexiones. Me mostró una sencilla cordialidad y me pareció muy agradable. Después de aquel primer encuentro expresó el deseo de verme de nuevo y continuar nuestra conversación de aquella tarde sobre asuntos científicos y sociales en los que ambos estábamos interesados, y sobre los que parecíamos tener opiniones similares». En efecto, durante los meses siguientes Pierre Curie frecuentó a Marie y rápidamente surgió entre ambos una amistad que para el primero se convertiría en poco tiempo en amor. Al finalizar el curso Marie obtuvo su licenciatura en Matemáticas; para entonces Pierre Curie ya le había propuesto matrimonio, pero no sería hasta el otoño del año siguiente, al regreso de Marie de una larga visita a su padre en Varsovia, cuando se decidiría a aceptar la propuesta del científico. Contrajeron matrimonio el 26 de julio de 1895 en una ceremonia sencilla y civil.

Pierre, que acababa de doctorarse, trabajaba como profesor en la Escuela Municipal de Física y Química Industriales de París y Marie comenzó a prepararse para obtener también una plaza de profesora. Ambos dedicaban todo el tiempo que podían a estudiar y llevaban una vida tranquila sin casi ninguna distracción social. En septiembre de 1897 Marie dio a luz a la primera de sus hijas, Irène, y a pesar de sus nuevas responsabilidades familiares se propuso iniciar sus estudios de doctorado. Fue entonces cuando centró su atención en los trabajos del físico francés Antoine-Henri Becquerel, que en 1896 había descubierto el fenómeno de la radiactividad (todavía no llamado así puesto que tal nombre se debería a los trabajos de Marie) al observar que las sales de uranio dispuestas sobre una placa fotográfica cubierta de papel negro producían modificaciones en la placa sin presencia de luz. Becquerel estudiaba las propiedades del uranio con vista a la producción de rayos X, pero tanto a Marie como a Pierre Curie el fenómeno de la radiactividad les había interesado enormemente, por lo que Marie decidió escoger como tema de investigación para su tesis doctoral la naturaleza de las radiaciones que Becquerel había descrito en las sales de uranio. Una vez decidido el tema, hacía falta encontrar un espacio que sirviese de laboratorio, y gracias a las gestiones de Pierre en la Escuela de Física y Química les fue cedido con tal fin un antiguo almacén acristalado en el sótano del edificio que albergaba la institución. Húmedo, frío, sometido a bruscos cambios de temperatura… nada más lejos de lo que debe ser un laboratorio; pero allí el matrimonio Curie lograría increíbles avances científicos.
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✅Hacia el primer Premio Nobel


A finales de 1897 Marie comenzó a trabajar en el laboratorio. Sus primeros trabajos los describe del siguiente modo el catedrático de Historia de la ciencia y biógrafo de Marie Curie, José Manuel Sánchez Ron: «Lo que hizo Marie en aquellas sus primeras investigaciones en el campo de la radiactividad fue, por un lado, estudiar la conductibilidad del aire bajo la influencia de la radiación emitida por el uranio, descubierta por Becquerel, y, por otra parte, buscar si existían otras sustancias, aparte de los compuestos del uranio, que convirtiesen el aire en conductor de la electricidad. (…) De esta manera Marie examinó un gran número de metales, sales, óxidos y minerales». Los experimentos de Marie tras varios meses de trabajo le permitieron llegar a varias conclusiones: por una parte, pudo determinar que todos los compuestos de uranio emitían radiación y que ésta era mayor en la medida en que dichos compuestos presentaban más cantidad de uranio. Pero asimismo comprobó que dos minerales de uranio, la pechblenda (óxido de uranio) y la calcolita (fosfato de cobre y de uranio) eran mucho más radiactivos que el mismo uranio, lo que la llevó a intuir que debían de existir en ellos elementos mucho más activos. El descubrimiento del radio y el polonio despuntaba en el horizonte.

Para poder comprobar la hipótesis de Marie era necesario aislar los nuevos elementos cuya existencia intuía. La tarea era científicamente tan compleja y requería tanto trabajo que Marie solicitó a Pierre su colaboración. En palabras de Sánchez Ron, «en la colaboración de Marie y Pierre, y en la medida en la que sea posible distinguir con claridad responsabilidades diferentes, ella asumió sobre todo las tareas asociadas a los análisis químicos y él las asociadas a los físicos». Unos meses después, el 18 de julio de 1898, Marie y Pierre Curie presentaban ante la Academia de Ciencias de Francia un artículo conjunto titulado «Sobre una nueva sustancia radiactiva contenida en la pechblenda». Habían descubierto un nuevo elemento de la naturaleza al que Marie, en honor a su patria, había denominado polonio. Además, en su artículo se empleaba por primera vez el término «radiactividad» y desde entonces sería adoptado por toda la comunidad científica. Durante sus trabajos, Marie obtuvo indicios de la existencia en la pechblenda de otro elemento también radiactivo pero que, según sus cálculos, debía de estar presente en dicha sustancia en una proporción muy pequeña. Para identificarlo, Pierre y Marie pidieron ayuda al químico Gustave Bémont, que aceptó unirse a sus trabajos. Tras unos meses, el 26 de diciembre, el matrimonio Curie y Bémont presentaban ante la Academia un nuevo artículo («Sobre una nueva sustancia fuertemente radiactiva contenida en la pechblenda») en el que anunciaban al mundo el descubrimiento de un nuevo elemento al menos novecientas veces más radiactivo que el uranio y al que bautizaron con el nombre de radio.

Los experimentos de los Curie les habían permitido identificar la existencia de dos nuevos elementos radiactivos, el polonio y el radio. Pero en el caso del segundo aún les restaba la dificilísima tarea de conseguir aislarlo en estado puro. A ello consagrarían los siguientes cuatro años, trabajando sin descanso con toneladas de residuos de pechblenda procedentes de las minas de San Joachimsthal en Bohemia y constantemente expuestos a la radiación emitida por las sustancias estudiadas. Como afirmaría la propia Marie, «no teníamos dinero, laboratorio, ni ayuda para llevar a cabo esa labor importante y difícil (…) puedo decir sin exageración que ese período fue, para mi marido y para mí, la época heroica de nuestra existencia común». Finalmente, el 28 de marzo de 1902 Marie pudo presentar ante la comunidad científica una muestra de un decigramo de cloruro de radio y la cuantificación del peso atómico del nuevo elemento. En junio del año siguiente, una Marie embarazada obtenía su doctorado en Ciencias Físicas con la tesis Investigaciones sobre las sustancias radiactivas. Sin embargo los estragos que sobre su salud estaba produciendo la exposición a la radiación la harían perder a la hija que esperaba en el mes de agosto. Cuando terminaba de reponerse, en noviembre de 1903 una noticia volvería a dibujar una sonrisa en su cara: Pierre y Marie habían sido merecedores del Premio Nobel de Física de ese año compartido con Henri Becquerel. Su trabajo y su perseverancia eran recompensados como merecían, pero su vida nunca volvería a ser la misma. 

✅Soledad, otro Nobel y una guerra


El Nobel trajo consigo el reconocimiento internacional del trabajo del matrimonio Curie pero también los inconvenientes de la pérdida del anonimato del que hasta entonces habían disfrutado. Los nombres de Pierre y Marie llenaron las páginas de la prensa de la época. Grandes titulares hablaban de una mujer que en un mundo de hombres había descubierto una nueva sustancia cuyas posibles aplicaciones físicas, médicas y químicas parecían abrir un sinfín de posibilidades. De todas partes llegaban telegramas de felicitación y los medios de comunicación de todo el mundo hacían lo imposible por conseguir una entrevista con el increíble matrimonio de científicos. Aturdidos por la situación, los Curie prefirieron no acudir a Estocolmo a recoger el premio poniendo como pretexto la no interrupción de su actividad docente. Pero lo cierto es que, como la propia Marie escribió a su hermano en esos días, su único deseo era recobrar la normalidad: «Estamos atareados a causa de la enorme correspondencia y de las visitas de fotógrafos y periodistas. Quisiéramos escondernos bajo tierra para tener un poco de paz. Hemos recibido una propuesta de América para ir a dar una serie de conferencias sobre nuestros trabajos. Nos piden qué suma queremos cobrar. Sean cuales fueren las condiciones, tenemos la intención de rechazarlas. No hemos aceptado los banquetes que se querían 
organizar en nuestro honor. Rechazamos esto con gran energía y la gente comprende al final que no cederemos». Los Curie se sentían incómodos siendo el foco de atención de medio mundo y, por añadidura, se desesperaban por la pérdida de tiempo que ello suponía con relación a su actividad científica. Por otra parte, ninguno de los dos gozaba de buena salud pues las radiaciones a las que tanto tiempo llevaban expuestos comenzaban a pasarles factura. De hecho, la mala salud de Pierre les obligaría a aplazar el discurso sobre sus investigaciones en Estocolmo al que quedaban obligados con la aceptación del premio hasta junio de 1905.

A pesar de los inconvenientes, el Nobel supuso importantes mejoras en la vida de Pierre y Marie. Por un lado, el premio llevaba asociada la percepción de una importante suma de dinero que pudieron destinar a su investigación y, por otro, supuso que se abriera la puerta a numerosos reconocimientos en Francia que hasta entonces se les había negado. Entre ellos destacaron especialmente la creación de una cátedra de Física general y radiactividad en la Sorbona para Pierre Curie en 1904 y su admisión como miembro de la Academia de Ciencias francesa al año siguiente. Marie fue nombrada jefe de trabajo del laboratorio de su marido en la Facultad de Ciencias en 1904, y a finales de 1905 ambos consiguieron cambiar su maltrecho laboratorio por uno nuevo anejo a dicha facultad. Pero por encima de todos los premios y honores recibidos, la mayor alegría que vivieron los Curie en esa época sería el nacimiento de su segunda hija, Ève, el 6 de diciembre de 1904. Por fin las condiciones de trabajo de Pierre y Marie habían mejorado, y aún lo habrían hecho más si cualquiera de los dos hubiese aceptado patentar su descubrimiento. Las múltiples aplicaciones del radio comenzaron a revelarse de forma casi inmediata a su descubrimiento, en especial en el campo de la medicina para el tratamiento de enfermedades como el cáncer. Una patente habría encarecido terriblemente su uso, pero habría hecho a los Curie inmensamente ricos. Sin embargo se trataba de dos seres humanos excepcionales y con una ética fuera de lo común, de modo que jamás aceptarían patentar el radio por considerarlo patrimonio de la humanidad y porque, además, rechazaban el lucro como fin de la actividad científica.

La alegría de Marie por la concesión del Nobel y el nacimiento de su hija pronto se vería ensombrecida por una desgracia que marcaría el resto de su vida científica y personal, la prematura muerte de Pierre el 19 de abril de 1906 en un accidente de tráfico. Marie quedó destrozada, pero, como siempre, se aferraría a su enorme coraje y voluntad para salir adelante. Rechazó todas las ofertas de pensiones 
honorarias, homenajes y colectas, y unas semanas después del accidente volvía a hacerse cargo del funcionamiento del laboratorio. La Sorbona le propuso entonces ocupar la cátedra de Física de su marido y de ese modo Marie se convirtió en la primera mujer admitida como profesora en la universidad parisina. El 15 de noviembre, ante una expectación sin precedentes, Marie daba su primera clase. Una multitud de curiosos había aguardado durante horas para asistir al espectáculo que en la sociedad europea de comienzos del siglo XX suponía ver a una mujer impartiendo clase en una universidad. Marie, sin inmutarse por la presencia de decenas de personas que nada tenían que ver con la ciencia, retomó las clases con total normalidad en el mismo punto en que las había dejado su marido. La mayor parte de los presentes no entendieron nada, pero sabían que estaban asistiendo a un hecho histórico. En los años siguientes, Marie continuó dedicada a sus investigaciones sobre la radiactividad y las propiedades del radio. En 1908 publicó un estado de la cuestión sobre el asunto titulado La obra de Pierre Curie, y en 1910 una monografía sobre sus estudios con el título Tratado sobre la radiactividad. Al año siguiente depositaba 21 miligramos de cloruro de radio puro en la Oficina Internacional de Pesos y Medidas de París con lo que dejaba establecido el patrón internacional del elemento que había descubierto.

A pesar de sus importantes aportaciones científicas, Marie no logró entrar en la Academia de Ciencias de Francia, perdiendo en la votación realizada para ello en enero de 1911, pues como recuerda José Manuel Sánchez Ron, «las Academias de Ciencias han sido tradicionalmente muy poco proclives a admitir mujeres entre sus miembros (…) la Academia de Ciencias de París no admitió como miembro de pleno derecho a una mujer, la matemática Yvonne Choquet-Bruhat, hasta 1979». Sin embargo, el desplante de la Academia francesa se vio ampliamente compensado unos meses después, ya que a comienzos de noviembre recibía la noticia de que había sido designada por segunda vez para recibir un Premio Nobel, en esta ocasión de Química. Esta vez, Marie viajaría a Estocolmo junto con su hija Irène y su hermana Bronia para recoger el galardón. El Nobel no podía llegar en mejor momento, ya que en esos días Marie estaba viviendo un auténtico calvario personal que había puesto su nombre en boca de miles de personas: el 4 de noviembre uno de los principales periódicos de París, Le Journal, sorprendía a sus lectores con un artículo sensacionalista en el que se descubría que Marie mantenía una relación amorosa con el también científico Paul Langevin. El problema era que Langevin estaba casado y tenía hijos y, como indica Sánchez Ron, «la sociedad de aquella época no parecía estar dispuesta a aceptar que la viuda de una gloria nacional, ella misma también una figura de la nación, desafiase la moral tradicional». El aireamiento sin recato ni consideración de su vida privada y la banalización de sus sentimientos fueron un golpe durísimo para Marie cuya salud terminaría quebrándose, teniendo que ser hospitalizada entre diciembre de ese año y febrero del siguiente.

Como siempre, Marie encontró su mejor consuelo en el trabajo. Por entonces comenzaron a proliferar en Europa los primeros Institutos del Radio, dedicados a las muchas aplicaciones prácticas de la radiactividad, de suerte que Marie tuvo incluso que rechazar la dirección del que en 1912 se proyectaba crear en Varsovia ya que toda su ilusión estaba depositada en el acuerdo al que habían llegado el Instituto Pasteur y la Sorbona para crear un Instituto del Radio en París con dos laboratorios, uno dedicado a la investigación física que estaría asociado a la cátedra de Marie y otro volcado a la investigación biológica y médica. La construcción del Instituto comenzó en 1912, y a punto de finalizar, se vería interrumpida por el estallido de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914. Dos días antes de que la declaración oficial de guerra de Alemania a Francia convirtiese en realidad lo que toda Europa temía, Marie escribía a sus hijas que estaban veraneando en Arcouest (Bretaña) para tranquilizarlas, pero al tiempo ponía de manifiesto su voluntad de ser útil en caso de que estallase el conflicto: «Querida Irène, querida Ève. Las cosas parecen ir mal, esperamos la movilización de un momento a otro. (…) No os asustéis. Tened calma y ánimo. Si la guerra no estalla inmediatamente, iré a encontrarme con vosotras el lunes. Si no, si mi partida se hace imposible, me quedaré aquí y os haré volver tan pronto como sea posible. (…) En este caso iréis a Brunoy. Tú y yo, Irène, buscaremos la forma de ser útiles». Y, desde luego, encontró la forma de serlo.

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✅Ser útil hasta el final


Durante las primeras semanas de la guerra París estuvo amenazado por una posible invasión alemana. En esas circunstancias, el gramo de radio propiedad de Francia que se encontraba depositado para la investigación en el laboratorio de Marie se convertía en un codiciado tesoro para los enemigos tanto por su altísimo valor (cerca de un millón de francos-oro) como por las aplicaciones para las que podía emplearse. Consciente de ello, Marie se hizo cargo personalmente de su traslado a un lugar seguro, la caja fuerte de un banco de Burdeos, al que lo llevó por su propia mano en compañía de un representante del gobierno francés. El tesoro que transportaba en sus brazos pesaba el gramo de radio y veinte kilos de plomo que lo rodeaban como protección.

A su regreso a París, Marie pensó que una de las mejores formas en que podía ser útil durante la guerra era aplicando sus conocimientos a la medicina. Los aparatos de rayos X podían prestar un magnífico servicio no sólo en la retaguardia, sino en el frente y en los hospitales de campaña si se conseguían llevar hasta allí. Con ellos se podía determinar la ubicación de balas o metralla, además de diagnosticar otras lesiones. Así, Marie en compañía de su hija Irène solicitó fondos a la Cruz Roja francesa y a la Unión de Mujeres de Francia para montar la primera unidad móvil de radiología. Un coche, una dinamo, un aparato de rayos X, un equipo radiológico y poco más era todo lo que necesitaba, y una vez que lo consiguió no dudó en ir con él allí donde fuese necesario. Como recuerda Sánchez Ron, «al final de la guerra, Marie había ampliado su servicio radiológico, llegando a poner en servicio veinte coches, conocidos en la zona de guerra como “pequeños Curie”». Además de los coches radiológicos, Marie también se dedicó durante la contienda a formar a enfermeras en la manipulación de aparatos de radiología y supervisó la instalación de cerca de doscientas salas radiológicas en hospitales. Pese a sus servicios no recibió ninguna condecoración del gobierno de Francia.

En septiembre de 1918 finalizó la guerra. Europa se afanaba por recuperar la normalidad y Marie también, pero había empeñado toda su fortuna personal en las actividades que había desarrollado durante el conflicto, de modo que no tenía recursos con los que volver a poner en marcha su laboratorio. El gobierno francés tampoco disponía de fondos para poder destinarlos a la investigación y, lo que era más grave, había desaparecido el suministro de radio con las empresas que, antes de la guerra, se dedicaban a producirlo. La situación parecía insalvable cuando inesperadamente un hecho cambió su rumbo. En mayo de 1920, Marie, en contra de su costumbre, consintió en recibir a una periodista americana que llevaba mucho tiempo insistiendo para lograr entrevistarla. Se trataba de Marie Meloney, redactora de la revista estadounidense femenina The Delineator. Durante la entrevista celebrada en el laboratorio de Marie, la periodista quiso saber de qué cantidad de radio disponía Marie para su trabajo, y quedó muy sorprendida cuando supo que sólo contaba con el gramo perteneciente al gobierno y que no tenía ninguna cantidad del elemento que había descubierto que fuese de su propiedad. Meloney no podía creerlo, especialmente teniendo en cuenta que si Marie o su esposo hubiesen patentado el radio dispondrían de una enorme fortuna, pero, una vez más, Marie reiteró su intención de no patentarlo al no considerar el radio como algo propio sino perteneciente a la humanidad. Por último, la periodista le preguntó qué echaba en falta en su laboratorio, a lo que Marie respondió con toda franqueza que lo que necesitaba para continuar investigando era un gramo de radio puesto que, dado su precio, no le resultaba posible adquirirlo. La sinceridad y calidad humana de Marie impresionaron enormemente a la periodista, que no sólo publicó la entrevista sino que además propuso a Marie un medio para conseguir lo que necesitaba: si ella accedía a viajar a Estados Unidos, dar una serie de conferencias y escribir una autobiografía, Meloney organizaría una campaña publicitaria para lograr mediante una suscripción popular el dinero necesario (100.000 dólares) para comprar el gramo de radio. Marie aceptó y gracias al éxito de la empresa emprendida por Meloney su sueño se hizo realidad. En mayo de 1921, Marie, acompañada por sus hijas, llegaba a Estados Unidos para recibir de manos de su presidente en nombre del pueblo americano un gramo de radio que, tal y como ella misma se encargó de que quedase por escrito en el momento de recibirlo, sería de su propiedad mientras viviese para su libre uso en la investigación y, tras su muerte, pertenecería a su laboratorio con el mismo fin.

El viaje a Estados Unidos, que repetiría en 1929 para conseguir el primer gramo de radio para Polonia, permitió la puesta en marcha del laboratorio de Marie a pleno rendimiento y desde entonces la gran científica polaca se prodigó en viajes por el resto de Europa (incluida España, que ya había visitado en 1919 y a donde volvió en 1931). Su reputación internacional era gigantesca tanto por sus aportaciones a la ciencia como por su dimensión humana. Marie era una leyenda viva. Especial significado tendría para ella el viaje a Polonia de 1925 cuando puso el primer ladrillo del futuro Instituto del Radio de Varsovia. Su actividad investigadora continuaba siendo, como siempre, incesante, pero además ahora empleaba su fama para contribuir también al progreso de la ciencia. Sin embargo su salud era cada vez más delicada. Entre 1923 y 1930 fue operada hasta cuatro veces de la vista y todo su cuerpo se resentía por efecto de las radiaciones a las que había estado expuesta durante años. Marie trataba de disimular sus graves problemas de vista y superar su decaimiento físico. Animaba a su hija Irène, que había seguido sus pasos y los de su padre, en su proyecto de producir radiactividad artificialmente y llegó a ver cómo lo lograba. Pero no tendría la satisfacción de verla recoger el Premio Nobel de Química que se le concedió en 1935 por ello, pues el 4 de julio de 1934 Marie moría víctima de una anemia perniciosa causada por los estragos de la radiación en su cuerpo.

Marie Curie es uno de esos personajes que hacen más digna la historia de la humanidad. Su vida fue una lección constante de voluntad, vocación, entrega y altruismo, que además serviría para abrir nuevos horizontes en el mundo de la ciencia. Su inteligencia la llevó a intuir la existencia de sustancias radiactivas diferentes al uranio, y su tesón le permitió descubrir el polonio y el radio. Pudo enriquecerse y se negó por razones éticas, jamás consintió en beneficiarse de su posición y trabajó buscando siempre el progreso y bien comunes, incluso en las más tristes condiciones de la guerra. Nada tienen pues de extraño las palabras que Albert Einstein le dedicó tras su muerte: «Cuando una personalidad tan destacada como la señora Curie llega al fin de sus días, no debemos darnos por satisfechos sólo con recordar lo que ha dado a la humanidad con los frutos de su trabajo. Las cualidades morales de una personalidad tan destacada como la suya quizá tengan un significado aún mayor para nuestra generación y para el curso de la historia que los triunfos puramente intelectuales. Hasta estos últimos dependen, en un grado mucho mayor de lo que suele creerse, de la talla del personaje». Pocos, muy pocos seres humanos dejan tras de sí un legado comparable.

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Barros, Sergio y Barros, Patricio: Los grandes personajes de la historia. 2012

Referencias:

Curie, Ève: La vida heroica de Marie Curie, descubridora del radio. Madrid, Espasa-Calpe, 1960. 

Curie, Marie: Escritos biográficos. Bellaterra, UAB, 2011. 

Herranz, Carmen: Marie Sklodowska Curie. Madrid, Rueda, 1995. 

Sánchez Ron, José Manuel: Marie Curie y la radiactividad. Madrid, Consejo de Seguridad Nuclear, 1998.—, Marie Curie y su tiempo. Barcelona, Crítica, 2000.—, 

El poder de la ciencia. Historia social, política y económica de la ciencia (siglos XIX y XX). Barcelona, Crítica, 2007.

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