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Biografía de Albert Einstein: El mayor pensador del siglo XX


Albert Einstein


Contenido:

      El genio ético
      Una carrera de obstáculos
      Un año para la Historia: 1905
      Un incómodo personaje público
      Fama mundial y exilio político
      La Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias

✅El genio ético

Si dando un paseo por la calle nos cruzásemos con un hombre de aspecto descuidado, pelo largo completamente encrespado, sin calcetines, fumando en pipa y con un violín bajo el brazo, lo último que se nos ocurriría pensar es que pudiese tratarse del mayor genio que jamás haya existido en la historia de la ciencia. Albert Einstein fue un hombre que nunca pasó inadvertido. Desde su inconfundible y peculiar aspecto hasta su compromiso político con el pacifismo y el sionismo, su polémica participación en el proceso que conduciría a la creación de la bomba atómica o, por supuesto, su inmensa contribución al progreso de la física, todo aquello que hizo, dijo o escribió alcanzó una trascendencia pública que muy pocos personajes de su época llegaron a tener. Convertido en un mito de la ciencia con algo más de treinta años, puede afirmarse que su trayectoria vital es uno de los más fieles reflejos del siglo que le tocó vivir. Dos guerras mundiales, el ascenso del nazismo, la persecución judía, la Guerra Fría, la «caza de brujas» en Estados Unidos… Cada uno de los hitos que marca el siglo XX no puede describirse sin hacer alguna referencia al hombre que en medio de todos ellos intuyó cómo funcionaba el universo y lo demostró con su Teoría de la relatividad.Albert Einstein nació el 14 de marzo de 1879 en la pequeña localidad alemana de Ulm. Su madre, Pauline, procedía de una familia de clase media relativamente acomodada. Estricta y con gran inquietud cultural, fue la responsable de la formación musical de Einstein, lo que más tarde determinaría que tocar el violín fuese, junto con la ciencia, la principal pasión de su hijo. Su padre, Hermann, gozaba de una posición económica familiar menos desahogada y se ganaba la vida construyendo dinamos e instalaciones eléctricas en un pequeño negocio de su propiedad. Ambos eran judíos, si bien ninguno de los dos era religioso ni seguía las costumbres hebreas, razón por la que Einstein y su única hermana (Maja, dos años menor que él) crecieron en un ambiente marcadamente tolerante en ese aspecto. El negocio familiar no marchaba demasiado bien, lo que motivó el traslado de la familia a Múnich cuando Einstein tenía sólo un año. Por entonces se estaba llevando a cabo la electrificación de Alemania y la naciente industria electroquímica encontraba en las ciudades un mercado en el que desarrollarse. Convencido por su hermano Jakob, Hermann Einstein decidió probar fortuna en Múnich, donde instaló un negocio junto con Jakob. Fue allí donde Albert comenzó a ir al colegio y, dada la postura religiosa familiar, sus padres no encontraron problema alguno en enviarle a una institución católica.

Suele creerse que Einstein fue un niño con problemas escolares, lo cual no es del todo cierto. Parece que tuvo un desarrollo algo más lento de lo habitual en algunas cuestiones como el habla, y que sus padres llegaron a estar seriamente preocupados por la posibilidad de que tuviese algún tipo de retraso mayor, pero cuando comenzó a asistir al colegio su desarrollo era el normal de cualquier niño de su edad. Es verdad que había materias en las que no era muy brillante, pero sencillamente se debía a que eran las que menos despertaban su interés, algo por otra parte perfectamente normal en cualquier niño. Por el contrario, mostró gran aptitud para todas las disciplinas relacionadas con la ciencia, es decir, las que de verdad llamaban su atención. Como estudiante Einstein era en general despistado, poco disciplinado e incluso rebelde, pero como él mismo reconocería, su actitud académica estaba íntimamente relacionada con el profundo rechazo que desde pequeño sintió por el sistema escolar imperante en la época en Alemania. El aprendizaje basado en la disciplina, la obediencia y sobre todo la memoria le resultaba absolutamente ajeno y lejos de estimularle le aburría y desmotivaba. La situación no mejoró con su ingreso en 1888 en el centro de educación secundaria Luitpold Gymnasium, pues como años más tarde afirmó: «Mi flaqueza principal estaba en mi escasa memoria, especialmente en cuanto a palabras y textos se refiere. Sólo en matemáticas y en física me hallaba, gracias a mis esfuerzos personales, más adelantado que el resto de la clase».

Al hablar de sus «esfuerzos personales» Einstein se refería al fuerte componente autodidacta que tuvo su formación científica inicial ya que con apenas once años comenzó a leer obras de divulgación científica que en buena medida le facilitó un estudiante de medicina judío, Max Talmud, que acudía semanalmente a comer a casa de sus padres. Los Libros populares de Ciencias Naturales de Aaron Bernstein, entre otros, supusieron un auténtico terremoto intelectual para un adolescente que era incapaz de aprender nada empleando exclusivamente la memoria. Como indica el físico Michio Kaku, «fue Talmud quien mostró a Albert las maravillas de la ciencia más allá de la árida y maquinal memorización de la escuela». De su mano Einstein vivió lo que bautizó como su «segundo milagro», el regalo de un libro de geometría que devoró con auténtica ansiedad. El «primer milagro» había tenido lugar cuando tenía cinco años y su padre le enseñó una brújula. Ambos hechos los recogió el propio Einstein en sus Notas autobiográficas del siguiente modo: «Experimenté un asombro semejante a los cuatro o cinco años, cuando mi padre me enseñó una brújula. Su precisión no se ajustaba en absoluto al comportamiento de los fenómenos que sucedían en el mundo (…) creo recordar que esta experiencia me impresionó de manera profunda e imborrable. Detrás de las cosas debía de haber algo tremendamente oculto. (…) A los doce años me asombré por segunda vez, pero de manera muy distinta, pues se debió a la lectura de un librito sobre geometría euclídea del plano, que cayó en mis manos al comienzo del curso. (…) La certeza y la seguridad de sus afirmaciones me causaron una impresión difícil de describir».

Las lecturas de Einstein al margen del programa formativo que seguían todos los chicos de su edad influyeron decisivamente no sólo en su formación intelectual sino también en la de su carácter. La búsqueda de los distintos puntos de vista sobre un mismo asunto, en lugar de la memorización de principios no argumentados, terminaría por generar en él un profundo rechazo por el principio de autoridad (base del método educativo decimonónico) y todo lo que representaba. Paralelamente, estas lecturas fueron socavando las creencias religiosas que había adquirido desde la escuela primaria y que igualmente se asentaban en la sunción acrítica de los textos bíblicos. Como él mismo afirmó, el doble proceso fue prácticamente inevitable: «Los libros de divulgación científica que leía me demostraron que los relatos bíblicos no podían ser ciertos y, consecuentemente, terminé siendo un librepensador fanático. (…) La impresión de aquellos años derivó en una desconfianza hacia toda autoridad, en un escepticismo hacia las creencias de cualquier sociedad, actitud que jamás abandoné, si bien más tarde, cuando alcancé una mejor comprensión de las relaciones causales, se moderó». Y precisamente el rechazo del principio de autoridad y de las «verdades» establecidas le permitió pocos años más tarde hacer saltar por los aires la física newtoniana con su Teoría de la relatividad.
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✅Una carrera de obstáculos

Hacia 1884 el negocio de Hermann Einstein atravesaba serias dificultades por lo que la familia se mudó nuevamente, esta vez a la localidad italiana de Pavía, donde con el apoyo de la familia de Pauline estableció un nuevo taller. Para evitar la interrupción de sus estudios, Albert no acompañó a sus padres ya que debía finalizar la secundaria. Sin embargo la separación duró muy poco. El profundo desagrado que Einstein sentía por el sistema educativo alemán, unido al cada vez más cercano peligro del servicio militar en el ejército prusiano, le determinaron a abandonar Múnich para reunirse con sus padres. No sin trabajo logró que un médico le hiciese un certificado según el cual por motivos de salud la reunión con su familia era necesaria; esto y la carta que generosamente redactó para él su profesor de matemáticas en la que daba fe de que aunque no hubiese terminado los estudios de secundaria su nivel era universitario, le permitieron escapar a Pavía en 1895. Fue también entonces cuando por primera vez —aunque no por última— quiso renunciar a la nacionalidad alemana, lo cual logró oficialmente el 28 de enero de 1896. Desde entonces y hasta que en 1901 obtuvo la ciudadanía suiza, permaneció apátrida. La razón fundamental para ello fue la siguiente: «La exagerada mentalidad militar del estado alemán me era extranjera, incluso de niño. Cuando mi padre se trasladó a Italia hizo gestiones, a petición mía, para liberarme de la ciudadanía alemana, porque lo que yo quería era ser ciudadano suizo». La aversión por el militarismo se convertiría en otro de los rasgos esenciales de la personalidad del científico, que los conflictos bélicos de las siguientes décadas se encargarían de reforzar.

El interés de Einstein por la ciudadanía suiza guardaba asimismo relación con el deseo de iniciar sus estudios universitarios en el entonces célebre Instituto Politécnico de Zúrich. Albert no poseía los requisitos necesarios para acceder a él, pero existía la posibilidad de hacerlo presentándose a un examen especial de ingreso que no dudó en hacer pero que suspendió. Un año más tarde, tras haber pasado un curso finalizando su formación secundaria en la Escuela Cantonal de Aarau (también en Suiza y en la que se encontró con un sistema educativo tolerante completamente distinto del alemán), lograría aprobarlo. Matriculado en la Matematische Sektion del Politécnico, inició estudios superiores y con ellos unos años de felicidad intelectual que nada tuvieron que ver con los de sus primeros centros educativos. Además, allí conoció a Mileva Maric, una joven estudiante serbia, compañera de clase, con la que terminaría casándose en 1903.

Tres años antes, cuando Einstein tenía veintiún años, finalizó su carrera, graduándose en Física y Matemáticas. Había sido un buen estudiante, muy brillante en no pocas disciplinas, sobre todo las vinculadas a la física, pero su tendencia a no acomodarse a las normas terminaría por pesar en el ánimo de sus profesores que, una vez graduado, no quisieron concederle un puesto de profesor ayudante con el que pudiese dar inicio a la carrera académica. Ni Heinrich Weber (a cuyo laboratorio de física experimental hubiese querido incorporarse) ni Adolf Hurwitz (uno de sus profesores de matemáticas) aceptaron su propuesta, como tampoco lo hicieron el director de la División de Física Experimental de la Universidad de Gotinga, Eduard Riecke, y Wilhelm Ostwald, físico-químico de la Universidad de Leipzig. No resulta sorprendente que, profundamente desanimado, afirmase en una carta dirigida a Mileva en 1901: «¡Pronto habré honrado con mi oferta a todos los físicos desde el Mar del Norte hasta la punta meridional de Italia!». Pero ni siquiera así consiguió Einstein que aceptasen su solicitud de ayudantía. La posibilidad de dedicarse profesionalmente a la física parecía desvanecerse sin que pudiese hacer nada, por lo que al no contar con ningún soporte económico familiar (el negocio de su padre seguía sin funcionar y además su noviazgo con Mileva no había sido bien recibido), terminó aceptando un trabajo de profesor de matemáticas en la Escuela Técnica de Winterthur del que sería despedido al poco tiempo por su incapacidad para adaptarse al inflexible régimen docente del internado. Aun en medio de esas circunstancias, y manteniéndose con grandes dificultades gracias a lo que obtenía de dar clases particulares, logró sacar tiempo para publicar el que sería su primer artículo, «Deducciones del fenómeno de la capilaridad», pues pese a las decepciones su vocación seguía intacta. Para colmo de males, a finales de ese mismo año Mileva, que había regresado a su casa tras suspender los exámenes finales del Politécnico, le escribió para notificarle que estaba embarazada. Como apunta Michio Kaku, «estar separado de Mileva era una tortura, pero intercambiaban cartas constantemente, casi a diario. El día 4 de febrero finalmente supo que era padre de una pequeña niña, nacida en la casa de los padres de Mileva en Novi Sad y bautizada Lieserl». El nacimiento de una hija ilegítima a comienzos del siglo XX no era desde luego una situación fácil para ninguno de los progenitores, más aún cuando el padre no ganaba dinero suficiente ni para mantenerse a sí mismo. Lo sucedido con Lieserl es aún hoy un misterio pues la última pista que se tiene de ella es una carta de 1903 en la que se dice que estaba enferma de escarlatina. Quizá falleció por la enfermedad o quizá fue entregada en adopción al tratarse de una hija nacida fuera del matrimonio.

La suerte de Einstein parecía no querer enderezarse cuando a mediados de 1902, y gracias a la mediación de su amigo del Politécnico Marcel Grossman, consiguió un trabajo estable con un salario modesto como técnico experto de tercera clase en la Oficina de Patentes de Berna. Allí trabajó durante los siguientes siete años y allí, aprovechando la tranquilidad que le ofrecía el empleo y armado sólo de lápiz, papel y su cabeza, alumbró las increíbles teorías que terminarían revolucionando la física y sorprendiendo al mundo. 

✅Un año para la Historia: 1905

El trabajo de la Oficina de Patentes no era desde luego lo que Einstein había deseado al finalizar su carrera, pero resultó ser un buen empleo. Por una parte, le proporcionaba estabilidad económica y, por otra, le permitía disponer de un ambiente muy tranquilo y bastante tiempo libre para dedicarlo a profundizar en sus estudios de física, que era lo que verdaderamente le interesaba. Gracias a lo primero pudo casarse con Mileva en 1903, tener a su primer hijo, Hans Albert, en

1904, y al segundo, Eduard, en 1910. Para tratar de aumentar los ingresos familiares Einstein puso un anuncio en el periódico ofreciéndose para dar clases de matemáticas y física, hecho que le puso en contacto con un estudiante de filosofía, Maurice Solovine, y el matemático Konrad Habicht, con los que comenzó a reunirse periódicamente para discutir sobre ciencia, filosofía, literatura, física… Las reuniones de lo que Einstein llamó su «Academia Olímpica» se convirtieron en un acicate para sus investigaciones así como en un foro de discusión y análisis de sus novedosas propuestas. Ello unido a la presencia como compañero en la misma Oficina de Patentes de su amigo el ingeniero Michele Besso, hizo que el ambiente que rodeaba a su rutina laboral terminase siendo verdaderamente estimulante y adecuado para el desarrollo de sus inquietudes científicas.

En 1905 Albert Einstein publicó tres artículos en la revista Annalen der Physik que hicieron temblar los que hasta entonces parecían seguros pilares de la física. El primero de ellos versaba acerca del llamado efecto fotoeléctrico, es decir, aquel que describe la emisión de electrones producida cuando la luz incide sobre ciertos metales y que, en última instancia, permite explicar la transformación de la luz en corriente eléctrica. A comienzos del siglo XX el fenómeno fotoeléctrico se conocía y se había descrito, pero no se había logrado una explicación matemática de por qué la energía de los electrones liberados era proporcional a la frecuencia de la luz. Einstein aplicó la teoría de los números cuánticos (descubierta sólo cinco años antes por Planck) partiendo de la hipótesis de que la luz, como había afirmado Newton pero se había rechazado con posterioridad, era un fenómeno corpuscular y no ondulatorio. El resultado fue la explicación matemática del fenómeno fotoeléctrico y, de paso, el derrumbe de las teorías asumidas por los físicos desde el siglo XVIII acerca de la naturaleza de la luz. Como indica el profesor Isaac Asimov, «las teorías de Planck fueron aplicadas por primera vez a fenómenos físicos que no podían explicarse por las vías de la física clásica. (…) Esto abrió casi todo el camino, incluso quizá realmente todo, del establecimiento de la nueva mecánica cuántica». La trascendencia de la aportación hecha por Einstein con este trabajo terminaría motivando que años más tarde, en 1922, se le concediese el Premio Nobel de Física.

El segundo trabajo desarrollaba matemáticamente el movimiento browniano de las partículas en suspensión, lo que le llevó a deducir una ecuación que permite establecer el tamaño de las moléculas, así como de los átomos que las componen. Pero fue su tercer trabajo, la formulación de la denominada «Teoría de la relatividad especial», el que le terminaría reportando mayor fama. En ella Einstein, que se centró en el caso especial de los sistemas de movimiento uniforme, establecía que todo movimiento es relativo al punto de referencia escogido para observarlo. Partiendo de esta afirmación creó y explicó matemáticamente un sistema teórico conceptual, la Teoría de la relatividad especial, que eliminaba las contradicciones que habían surgido entre la mecánica de Newton y la electrodinámica de Maxwell, es decir, los dos pilares sobre los que reposaba la física conocida. Como resultado de ello surgían además consecuencias inesperadas como que el transcurso del tiempo variaba con la velocidad del movimiento. Como explica el científico y académico José Manuel Sánchez Ron, «la relatividad especial que sustituyó a la mecánica que Isaac Newton había establecido en 1687, condujo a resultados que socavaban drásticamente conceptos hasta entonces firmemente afincados en la física, como los de tiempo y espacio, conduciendo (…) a la creación del concepto matemático y físico de espacio-tiempo de cuatro dimensiones». La incapacidad de Einstein para adaptarse a las normas establecidas y aceptar el principio de autoridad había dado, cuando sólo tenía veintiséis años, un grandioso e increíble fruto.

Por si esto fuera poco, ese mismo año publicó un artículo breve en el que explicaba una de las consecuencias de la Teoría de la relatividad especial. En él establecía la proporción existente entre masa y energía y formulaba la famosísima ecuación que la expresa: E = m × c². Gracias a ello daba explicación a la producción de energía vinculada a los procesos radiactivos, y abría la puerta a la posibilidad de convertir una pequeña cantidad de masa en una enorme cantidad de energía. Desgraciadamente, varias décadas más tarde la aplicación de este principio permitiría la fabricación y lanzamiento de las bombas atómicas con las que se puso fin a la Segunda Guerra Mundial. La polémica participación de Einstein en este asunto constituye uno de los puntos más interesantes y controvertidos de su biografía, pero difícilmente puede entenderse sin tener en cuenta lo sucedido con anterioridad. 

✅Un incómodo personaje público

La publicación de los artículos de 1905 marcó un antes y un después en la historia de la ciencia y también en la vida de Einstein. Aunque al comienzo su revolucionaria Teoría de la relatividad fue recibida con escepticismo, poco a poco y conforme se la iba sometiendo a distintas pruebas de las que salía airosa, fue ganando adeptos. Entre ellos, el matemático y antiguo profesor de Einstein en el Politécnico, Hermann Minkowski, quien, convencido de la colosal aportación que ésta suponía, la presentó de forma pública en una conferencia pronunciada en la Universidad de Gotinga en 1907. Como indica el escritor Mario Muchnik, «para Einstein fue el comienzo del éxito». Al año siguiente el mismo Minkowski presentó la Teoría de la relatividad especial ante el Congreso de Científicos y Médicos Alemanes reunido en Colonia. La reputación de Einstein iba aumentando de forma paulatina, de modo que en 1909 no sólo fue él mismo quien defendió su Teoría ante el Congreso de Científicos y Médicos Alemanes, sino que abandonó la Oficina de Patentes de Berna al ser elegido como profesor adjunto de la Universidad de Zúrich. Las ofertas de trabajo de las más prestigiosas instituciones comenzaron a llegar en cascada, y así en 1911 la Universidad de Praga le ofreció un puesto de profesor titular. Ese mismo año tuvo lugar la primera de las conferencias sobre física patrocinadas por Ernest Solvay (que desde entonces serían anuales) a la que se convocó a los físicos más prestigiosos incluyendo a Einstein. Como recoge 
Muchnik, Marie Curie, Poincaré, Rutherford o Plank, entre otros, recibieron con auténtico entusiasmo al joven científico cuyas teorías estaban planteando una auténtica revolución. La primera llegaría a afirmar: «En Bruselas pude apreciar la claridad de su mente, la vastedad de su documentación y la profundidad de sus conocimientos. Si se tiene en cuenta que el señor Einstein es aún muy joven, se puede cifrar en él las mayores esperanzas y ver en él a uno de los teóricos más importantes del futuro».

Las cosas comenzaban a marchar bien para Einstein, que además acababa de tener a su segundo hijo con Mileva (en julio de 1910). Por entonces recibió ofertas para incorporarse a las universidades de Leiden, Utrecht y Viena, pero no aceptó ninguna de ellas. Desde 1911, Einstein trabajaba denodadamente en la búsqueda de una teoría de la interacción gravitacional que fuese compatible con los principios que había establecido en su Teoría de la relatividad especial. Cuando en 1912 recibió la oferta de una cátedra en el Instituto Politécnico de Zúrich, su antigua alma mater, no dudó en aceptarla. Allí trabajaba el matemático Marcel Grossmann, lo que le permitiría investigar conjuntamente con alguien que le diese el enfoque matemático que necesitaba para establecer su nueva teoría. A finales de 1913 ambos publicaron un artículo titulado «Esbozo de una teoría general de la relatividad y de una teoría de la gravitación». Sólo quedaban algunos flecos por cerrar, pero la Teoría general de la relatividad despuntaba en el horizonte.

Para entonces Einstein había abandonado el Politécnico de Zúrich pues el mismo Max Planck le había hecho llegar una oferta difícilmente rechazable: la Real Academia Científica de Prusia le ofrecía pasar a formar parte de sus miembros, al tiempo que se le ofertaba un puesto de profesor sin obligaciones docentes en la Universidad de Berlín y la dirección de la división de investigaciones científicas del Instituto Kaiser Wilhelm. En abril de 1914 Einstein se trasladó con su familia a Berlín y volvió a aceptar la nacionalidad alemana, requisito necesario para el desempeño de sus nuevos cargos. Una vez en Berlín, el 25 de noviembre de 1915 presentó ante la Academia prusiana la formulación definitiva de la Teoría general de la relatividad. En palabras del profesor Sánchez Ron, «nadie antes o después de Einstein produjo en la física una teoría tan innovadora, tan radicalmente nueva y tan diferente de las existentes anteriormente». El prestigio de Einstein entre la comunidad científica era enorme, por lo que su presencia pública se fue haciendo cada vez más notable.

Pero las opiniones políticas del científico, que ya no pasaba desapercibido al menos entre la comunidad académica, no encajaban precisamente bien con el clima que se respiraba en Alemania hacia 1914. En el mes de agosto estalló la Primera Guerra Mundial y en los primeros días del conflicto se produjo la invasión alemana de Bélgica. La crítica internacional provocó que un grupo de noventa y tres intelectuales alemanes firmasen e hiciesen público un Manifiesto al mundo civilizado en el que justificaban la intervención bélica y hacían una ardiente defensa del militarismo alemán como expresión de su cultura. Einstein era un pacifista convencido y el rechazo que sentía por el militarismo y sus manifestaciones en todos los órdenes de la sociedad era algo tan arraigado en él que ya de adolescente le había hecho renunciar a la nacionalidad alemana y abandonar Múnich. Aunque mostrarse públicamente en contra de la postura oficial del estado alemán podía ser peligroso en ese momento, cuando el pacifista alemán Georg Nicolai hizo circular una réplica al vergonzoso Manifiesto, Einstein no dudó en firmarlo. Sólo dos personas más se atrevieron a hacerlo.

En el Manifiesto a los europeos, título de dicho documento, se criticaba abiertamente el apoyo de la comunidad científica alemana a la invasión de Bélgica, el recurso a las armas como solución de los conflictos y se abogaba por el paneuropeísmo. Así en él podía leerse: «La guerra que ruge difícilmente puede dar un vencedor; todas las naciones que participan en ella pagarán, con toda probabilidad, un precio extremadamente alto. Por consiguiente, parece no sólo sabio sino obligado para los hombres instruidos de todas las naciones el que ejerzan su influencia para que se firme un tratado de paz que no lleve en sí los gérmenes de guerras futuras. (…) Nuestro único propósito es afirmar nuestra profunda convicción de que ha llegado el momento de que Europa se una para defender su territorio, su gente y su cultura. Estamos manifestando públicamente nuestra fe en la unidad europea, una fe que creemos es compartida por muchos; esperamos que esta manifestación pública de nuestra fe pueda contribuir al crecimiento de un movimiento poderoso hacia tal unidad». Pero desgraciadamente las palabras del Manifiesto iban a ser proféticas en lo que habría de suceder si no se ponía fin al enfrentamiento. Los tratados de paz que pusieron fin a la Primera Guerra Mundial tras cinco años de enfrentamiento bélico y la muerte de millones de personas prepararon el escenario para la Segunda. Mientras, Einstein había logrado señalarse como un individuo poco grato a los ojos del régimen político alemán, algo que tampoco mejoraría con el final de la guerra. 
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✅Fama mundial y exilio político

Los años de la Primera Guerra Mundial fueron también muy agitados en lo personal para Einstein. En 1914 se separó de Mileva, que regresó a Serbia con sus hijos. En 1919 se divorció finalmente de ella para, pocos meses después, volver a casarse con una prima que había cuidado de él durante el conflicto, Elsa Löwenthal. Pese a la situación de guerra, Albert Einstein continuó trabajando y avanzando en sus investigaciones. La Teoría de la relatividad había supuesto su consagración en el mundo científico, pero aún la ponían en entredicho muchos eruditos que no terminaban de aceptar la vulneración que suponía de los principios clásicos de la física. Einstein trataba de buscar una comprobación de su teoría que fuese inapelable y una forma de lograrlo era demostrar una de las consecuencias que se derivaban de su aplicación: que la trayectoria de la luz sufría una desviación en presencia de campos gravitacionales, algo que podía observarse en el espacio. Para poder hacer las mediciones necesarias para la comprobación hacía falta que se produjesen unas condiciones en las que ésta fuese posible, y ésas eran las que proporcionaba un eclipse total de Sol: al quedar oculto por la Luna era posible observar la desviación de la luz de las estrellas por efecto del campo gravitacional del Sol. El estallido del conflicto había impedido que se realizase una expedición a Rusia programada en el verano de 1914 para hacer el ansiado experimento, pero una vez finalizada la guerra, la posibilidad de retomarlo renacía. El 29 de mayo de 1919 se produjo un eclipse solar total visible desde una pequeña isla al oeste de África, la isla Príncipe, y con él surgió la oportunidad buscada. Una expedición británica fue la encargada de realizar el experimento y el resultado fue un éxito arrollador. La física newtoniana había pasado a la historia.

El impacto del resultado del experimento, y por tanto de la comprobación de la Teoría de la relatividad, fue tal que de la noche a la mañana Einstein se vio directamente catapultado a la celebridad. Al día siguiente los titulares del Times proclamaban: «Revolución en ciencia. Nueva teoría del universo. Ideas newtonianas desbancadas». La fama internacional del físico alemán alcanzó un grado sin precedentes en la historia de la ciencia y todo lo concerniente a la Teoría de la relatividad y al propio Einstein se convirtió en objeto de interés público. De algún modo, tras el fracaso colectivo que había supuesto la guerra, la existencia de un científico que en las condiciones más adversas para el florecimiento del 
conocimiento había sido capaz de alumbrar un nuevo modo de explicar el universo, se convertía en un símbolo de esperanza para muchos.

Sin embargo, la situación política de la Alemania de posguerra no fue precisamente favorable para que un librepensador, pacifista, simpatizante con la izquierda política y, además, judío se expresase libremente; más aún cuando todas sus declaraciones alcanzaban un enorme nivel de resonancia pública e internacional. No se identificaba con el creciente nacionalismo que recorría el país en reacción a la postración en que éste había quedado tras el conflicto, lo cual le hacía sospechoso de ser contrario a los intereses alemanes; en 1918 escribía a un amigo:

«Por herencia soy un judío, por ciudadanía un suizo, y por mentalidad un ser humano, y sólo un ser humano, sin apego especial alguno por ningún estado o entidad nacional». Por otra parte, el fuerte clima antisemita de Alemania en esas fechas (el antisemitismo no comenzó con el nazismo sino que se acentuó con él llegando a los más horribles extremos), motivó que por primera vez en su vida Einstein reivindicase su condición de judío y colaborase activamente con el movimiento sionista, es decir, aquel que reclamaba la creación de una patria nacional judía en Palestina. Pero el sionismo de Einstein, que no podía ser peor visto por las autoridades alemanas, tampoco era muy ortodoxo. Su rechazo radical de todo nacionalismo le llevaba a rechazar la creación de un estado judío en Palestina, abogando por el entendimiento mutuo de las partes. Así, en 1929 escribía a un amigo: «Si no logramos encontrar el camino de la honesta cooperación y acuerdos con los árabes, es que no hemos aprendido nada de nuestra vieja odisea de dos mil años, y merecemos el destino que nos acosará».

Su apoyo público a los judíos y su propia condición de tal fueron la causa de que se iniciase en Alemania una «campaña antirrelativista» que rechazaba las teorías de Einstein por considerarlas contrarias a la «ciencia aria». Sus libros eran quemados y sus aportaciones ridiculizadas por proceder de un judío que reclamaba para sí la condición de científico. Uno de los ejemplos más conocidos de esta campaña fue la reunión que tuvo lugar en la Filarmónica de Berlín en 1920. Mario Muchnik recoge del siguiente modo lo sucedido: «Cuando el segundo orador tomó la palabra, después de que el primero señalara que la relatividad era contraria al espíritu ario germano, entre el público se oyeron cuchicheos: “Einstein, Einstein”. Y es que el propio Einstein había llegado para ver de qué se trataba. En efecto, allí estaba, en un palco, muerto de risa y aplaudiendo las afirmaciones más bestias. Al salir dijo a sus amigos: “Fue de lo más divertido”». Einstein no estaba dispuesto a que la irracionalidad, los prejuicios y el autoritarismo le callasen y continuó comportándose y haciendo declaraciones que así lo demostraban. Pese a todo, su prestigio internacional era indiscutible y muestra de ello fue el Premio Nobel de Física correspondiente a 1921 y que recibió en 1922. Su presencia era reclamada en todos los foros científicos y cuando viajaba era recibido por los gobiernos de los distintos países (incluido el español, en 1923) como una auténtica eminencia. Y fue precisamente durante una visita a Estados Unidos en 1933 cuando Hitler llegó al poder en Alemania. 

✅La Segunda Guerra Mundial y sus consecuencias

La elevación del nazismo a práctica política efectiva en Alemania que supuso el triunfo de Hitler fue la causa de una incendiaria declaración de repudio por parte de Einstein en la que afirmó su intención de no regresar al país. Pocos meses después, mientras estaba en Bélgica, sus cuentas bancarias fueron intervenidas por el gobierno nazi, su casa precintada y él mismo fue públicamente declarado enemigo del régimen. Cuando se publicó el álbum de las fotos de los opositores al Reich, la suya estaba entre las de la primera página sobre las palabras: «Descubrió una discutida teoría de la relatividad. Muy loado por la prensa judía y el pueblo alemán, sorprendido así en su buena fe. Mostró su gratitud haciendo propaganda mentirosa acerca de atrocidades, contraria a Adolf Hitler. Aún no ha sido ahorcado». Evidentemente el regreso, además de no deseado por el propio Einstein, era inviable de todo punto. En esas circunstancias el eminente físico, gracias a la ayuda de unos amigos que pusieron a su disposición una embarcación privada para que pudiese salir discretamente desde Bélgica hasta Inglaterra, pudo dirigirse a Estados Unidos, adonde llegó el 17 de octubre de 1933, y allí permanecería hasta su muerte. Ese mismo año Einstein volvió a renunciar a su nacionalidad alemana, e hizo lo propio con su cargo de la Academia de Prusia y los restantes que poseía en instituciones alemanas. Se trasladó a vivir con su mujer a Princeton pues se le ofreció incorporarse al recién creado Instituto de Estudios Avanzados de la ciudad que había nacido con la intención de ser uno de los centros de investigación punteros del mundo. Allí Einstein pudo dedicarse con completa tranquilidad a la investigación en la teoría que terminaría ocupando su quehacer científico hasta el final de su vida, la llamada «Teoría del campo unificado», o búsqueda de un marco geométrico común para las interacciones electromagnética y gravitacional que no pudo llegar a encontrar. 

Sin embargo, el estallido de la Segunda Guerra Mundial en 1939 volvió a situarle en el ojo del huracán. Las cotas de horror alcanzadas por el régimen de Hitler parecían haber llevado al mundo al borde del abismo. Cualquier disparate era posible y cualquier crimen encontraba justificación. Cuando tan sólo un mes antes de que estallase la guerra Einstein recibió la noticia de que las investigaciones alemanas para lograr la bomba atómica estaban muy avanzadas, no dudó de que semejante arma en manos de Hitler podía suponer el fin del mundo civilizado. Convencido de ello y a petición de tres físicos de su confianza que le apremiaron a hacerlo, el 2 de agosto de 1939 Einstein dirigió una carta al presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt en el que le advertía de la situación. En ella indicaba que los últimos avances en investigación acercaban la posibilidad de obtener una gran reacción nuclear en cadena a partir de una masa de uranio, que en Alemania se estaban llevando a cabo trabajos en ese sentido en el Instituto Káiser Wilhelm, que la venta de uranio de las minas de Checoslovaquia (invadida por Alemania) se había detenido y que el hijo del subsecretario de Estado alemán trabajaba en el citado instituto. Por todo ello, Einstein aconsejaba que se iniciase un programa de investigación preferente para, por el bien de la humanidad, adelantarse a los alemanes. Al no lograr una respuesta, Einstein volvió a escribir a Roosevelt en marzo de 1940 y poco tiempo después Estados Unidos ponía en marcha el

«Proyecto Manhattan» que culminaría con la fabricación de la bomba nuclear. Contrariamente a lo que suele creerse, Einstein no participó en el proyecto. Su papel se limitó al de alentarlo, además, claro está, de hacerlo posible gracias al establecimiento de la relación entre masa y energía que había formulado en 1905. El horror llevado al extremo que supuso la Segunda Guerra Mundial logró que el convencido pacifista renunciase a sus principios. Aun así, como recuerda Mario Muchnik, «cinco años después, cuando los nazis estaban cerca de rendirse incondicionalmente, Einstein envió a Roosevelt una tercera carta suplicando que no se arrojara la bomba atómica sobre Japón. La carta fue hallada sobre el escritorio de Roosevelt, sin abrir, el día en que murió». Truman, su sucesor, daría la orden de lanzar las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki.

El final de la guerra abrió una nueva etapa de la historia política internacional marcada por la llamada «Guerra Fría», en la que el bloque soviético, por un lado, y el americano, por otro, se lanzaron a una enloquecida carrera armamentística en la que ambos bandos multiplicaron su arsenal de armas nucleares. No es de extrañar que Einstein, preguntado en una entrevista por cuál sería el arma de la Tercera Guerra Mundial, replicase no saberlo, pero que no tenía dudas de que la de la Cuarta serían las piedras y los palos puesto que no quedaría ninguna otra cosa. Sus constantes declaraciones públicas en contra de la carrera armamentística y de las armas nucleares, así como sus conocidas posturas políticas de izquierda, terminaron por convertirle en sospechoso de filo comunismo durante la época de la «caza de brujas» que, de la mano de la Guerra Fría, se produjo en Estados Unidos en la década de los años cincuenta. John Edgar Hoover, jefe del FBI, y el senador Joseph McCarthy, presidente del Comité de Actividades Antiamericanas del Congreso, situaron al científico en su punto de mira. Secretamente considerado «enemigo de América», su correo fue controlado y su teléfono intervenido, e incluso se pensó en retirarle la ciudadanía americana que se le había concedido en 1940. Pese a todo, Einstein continuó denunciando públicamente los desmanes de la caza de brujas e incluso en 1953 se negó a presentarse a declarar ante uno de los tribunales que frecuentemente se convocaban para hacer declarar a cualquiera que fuese sospechoso de simpatizar con el comunismo y, además, para que delatase a vecinos o amigos. Su negativa se acompañó de una recomendación pública para que todos los intelectuales que se viesen en la misma situación obrasen de idéntico modo en razón del bien común, ya que si un número suficiente de ellos se negaba a hacerlo la situación terminaría por desbloquearse. «Sólo veo el camino revolucionario de la no cooperación, como la entendía Gandhi», declaró. En 1955 fue uno de los firmantes de la «Petición de prohibición de armas nucleares y de la guerra», redactada por el filósofo Bertrand Russell, en la que se abogaba por la formación de un gobierno internacional mundial como forma de evitar la reproducción de los horrores pasados. Einstein no llegó a ver su publicación, pues el 18 de abril de ese mismo año murió en Princeton.

Albert Einstein fue sin duda alguna el mayor científico de su tiempo y el más trascendente para la historia de la física desde Isaac Newton. Sus aportaciones cambiaron por completo el panorama de los estudios acerca del universo y sentaron las bases para el desarrollo de la ciencia actual. Pero además, la enorme repercusión de sus investigaciones le convirtió en uno de los personajes más influyentes de su siglo. Cuando en 1999 la revista Time le escogió como «Personaje del siglo XX», en sus páginas se decía: «Como el mayor pensador del siglo, como un inmigrante que huía de la opresión hacia la libertad, como un idealista político, Einstein engloba de la mejor forma posible lo que los historiadores considerarán significativo del siglo XX. (…) Dentro de cien años, cuando entremos en otro siglo —incluso dentro de diez veces cien años, cuando entremos en un nuevo milenio— el nombre que demostrará ser más perdurable de nuestra propia asombrosa era será el de Albert Einstein: genio, refugiado político, humanista, investigador de los misterios del átomo y del universo». Poco más puede añadirse.

¡Observación importante!

Este artículo es cortesía de: www.librosmaravillosos.com
Barros, Sergio y Barros, Patricio: Los grandes personajes de la historia. 2012

Referencias:

Asimov, Isaac: Enciclopedia biográfica de ciencia y tecnología. Madrid, Alianza Editorial, 1987.

Brian, Denis: Einstein. Madrid, Acento, 2005. 

Einstein, Albert: Albert Einstein (textos seleccionados y editados por José Manuel Sánchez Ron). Barcelona, Crítica, 2005. 

Kaku, Michio: El universo de Einstein. Barcelona, Antonio Boch, 2005. 

Muchnik, Mario: Albert Einstein. Barcelona, Lumen, 1989. 

Sánchez Ron, José Manuel: El poder de la ciencia. Historia social, política y económica de la ciencia (siglos XIX y XX). Barcelona, Crítica, 2007.

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