SIMÓN BOLÍVAR: EL LIBERTADOR (1783-1830)
La contramoneda del cauto y soñador José de San Martín fue el pragmático y ambicioso Simón Bolívar, hombre de genio enérgico, reflexivo pero no dubitativo, entregado a un ideal titánico, y tan titán él mismo como su propio ideal, que preveía la conquista de la libertad para un continente entero. La tisis dio cuenta de algunos de sus antepasados y acabó con su salud; antes sufrió por la precoz muerte de su padre y por el repentino fallecimiento de su esposa a poco de casados; en el ínterin vio cómo caían en combate miles de hombres, entre los suyos y entre sus enemigos. Pese a todo, gallardamente, la obstinación de Bolívar no desfalleció nunca ni aun en medio de un cementerio con miríadas de cadáveres. Estaba hecho de una pasta insólita: la pasta de los héroes temerarios y confiados, la pasta de los hombres de fe inquebrantable, acaso la pasta de los visionarios.
El discípulo de Rousseau
Nació Simón en el seno de una opulenta familia de origen vizcaíno que se había establecido en Hispanoamérica en el siglo XVI. Su más lejano antepasado en el Nuevo Mundo fue Simón Bolívar el Viejo, que se instaló primeramente en Santo Domingo, donde nació su hijo, el Mozo, quien, tras ordenarse sacerdote, fundó el Seminario Tridentino de Caracas.
El abuelo del que sería llamado, por antonomasia, el Libertador, quiso adquirir, mediante el desembolso de una fuerte suma de dinero, el marquesado de San Luis, entonces en manos de los monjes de Montserrat en Cataluña, pero el rey no consintió en concederle ese privilegio. Sus padres fueron Juan Vicente Bolívar y María de la Concepción Palacios, oriunda de Miranda de Ebro, en la provincia española de Burgos. El primero murió cuando Simón contaba apero tres años y, cuando tenía nueve, también se vio privado de su madre.
Bajo la protección y cuidado de su abuelo materno y tutor, Feliciano Palacios, el niño Simón compartía sus juegos con la pequeña esclava negra Matea y se mostraba particularmente refractario a las lecciones que, por aquel entonces, era obligado que recibiese un muchacho de su posición. Poco amante de la disciplina, sus maestros no sabían hacer carrera de él. El padre Andújar apenas le enseñó a leer y a escribir y rudimentos de las matemáticas; con Guillermo Pelgrón sólo a duras penas consiguió aprender los fundamentos del latín; Andrés Bello le instruyó como pudo en historia y en geografía. Pero hasta que no intervino providencialmente Simón Carreño Rodríguez, el muchacho no dio muestra alguna de curiosidad intelectual. Este ilustrado autodidacta, devoto de Rousseau, un trotamundos a sus jóvenes veintiún años, había tenido una infancia difícil, y quizás por ello supo encarrilar al díscolo muchacho apartándolo de las fastidió las lecciones convencionales, pero sembrando en su espíritu una gran avidez por conocer el mundo. Su actitud dialogante y su paciencia persuasiva indujeron al joven discípulo a interesarse por todo lo que le rodeaba, y, en particular, por las revueltas que a la sazón sacudían Hispanoamérica.
Una inquietud cosmopolita
A la muerte de Feliciano Palacios, el niño pasó a depender de su tío Carlos Palacios, pero no tardó en huir de su tutela, y a los doce años buscó asilo en casa de su hermana María Antonia. En 1797 pudo por fin entregarse a su auténtica vocación, el ejercicio de las armas, e ingresó como cadete en el batallón de Milicias de blancos de los valles de Aragua, donde había servido años antes su padre. Fue éste un paso que amén de inculcarle la disciplina de que tan necesitado andaba su carácter, lo obligó a tomarse en serio el estudio de materias tales como las matemáticas, el dibujo topográfico o la física, y que además lo animó a emprender fructíferos e instructivos viajes.
Para completar sus estudios se trasladó a Madrid en 1799, donde sus tíos Esteban y Pedro Palacios cuidaron de él. Allí fue presentado a la que sería su efímera y bienamada esposa, María Teresa Rodríguez del Toro y Alayza, con quien residió primero en Bilbao y luego viajó a Francia. La muerte inopinada de María Teresa en 1803, apenas unos meses después de que aquel joven entusiasta y feliz de veinte años se instalara con ella en Caracas, dejó honda huella en su ánimo. Inmediatamente emprendió nuevos viajes a Europa, visitó Madrid \ Cádiz y se estableció en París. En aquella primavera de 1804, intentó restañar sus heridas sentimentales entregándose a una agitada vida social, frecuentando tertulias, teatros, conferencias y trabando relación con los hombres más notables de la época, como el erudito Alexander von Humboldt.
Así mismo tuvo la suerte de reunirse de nuevo con su antiguo mentor Simón Rodríguez, con quien emprendió un apasionado viaje a Italia, país que lo deslumbró por sus bellezas artísticas, su alegre vitalidad y sus cielos límpidos y clementes. Lugar propicio para los heroísmos románticos, fue precisamente en Roma, en el Monte Sacro, donde juró a su maestro no cejar hasta libertar del yugo español a toda Hispanoamérica. Más tarde, acompañado de su admirado Humboldt, ascendió al imponente Vesubio, el volcán al que la civilización le debe el haber conservado para la posteridad la huella casi intacta del mundo antiguo en Pompeya. De vuelta en París, como era previsible en un hombre de su capacidad, fue invitado a formar parte de una logia masónica, empecinada en extender la semilla de la fraternidad y el ideario liberal por todo el orbe, ideas que siempre le acompañarían.
El retorno del juramentado
Pronto tuvo noticias de que en Venezuela Francisco de Miranda estaba luchando contra los realistas, y no dudó en regresar a su país para llevar a cabo su misión. A mediados de 1807, después de atravesar Estados Unidos, entró en su país, donde al principio disfrutó de una vida acomodada, aunque siempre atento a las conspiraciones subterráneas que habrían de acabar con el ominoso dominio colonial sobre el territorio que sentía suyo. En 1810 fue comisionado para llevar a cabo una misión diplomática ante el gobierno de Gran Bretaña, enseguida, se distinguió entre la Sociedad Patriótica como uno de los más ardientes partidarios de la independencia, que las Cortes sancionaron el 5 de julio de 1811. Luchó bajo las órdenes de Miranda para someter la resistencia de los que se oponían al nuevo régimen y. en Curasao, redactó uno de sus textos fundamentales, Memoria dirigida a los ciudadanos de Sueva Granada por un caraqueño, donde ya expone lo más sustancial de su visionaria doctrina panamericana.
La ubicuidad del héroe
Hasta 1818, su suerte fue voluble, pues la fortuna unas veces le sonrió y otras le dio la espalda en el campo de batalla, pero a partir de ese año los triunfos que recogen biógrafos e historiadores del gran estadista y militar de genio que fue Simón Bolívar son espectaculares. Todos los estudiantes del mundo han debido aprender que el Napoleón hispanoamericano tomó Cúcuta y, que, pocos meses después, el 6 de agosto de 1813, entró victorioso en Caracas, hazaña que recibe el nombre de «Campaña admirable». En el octubre siguiente se le proclamó, con toda solemnidad, como Libertador, aunque las escaramuzas, las batallas, las traiciones, las conferencias para negociar treguas o acciones comunes, la intervención casi ubicua de su persona en los más variados conflictos se sucedieron luego vertiginosamente. En los dieciséis años posteriores de luchas que el destino le había reservado no tuvo respiro: de la frágil cúpula del ideal que Simón Bolívar había erigido, él era la clave, la piedra sólida e indispensable.
Pero nadie es invencible, y Bolívar fue derrotado por el realista José Tomás Boves en la batalla de La Puerta en junio de 1814 y debió emigrar a Nueva Granada, más tarde a Jamaica, después a Haití...; en julio de 1817 Bolívar escribe: «Después de haber pasado infinito» hemos convenido entre las personas de mejor juicio y yo» que el único remedio que podemos aplicar a tan tremendo mal es una federación general entre Bolivia» el Perú y Colombia, más estrecha que la de los Estados Unidos, mandada por un presidente y regida por la constitución boliviana ...»
Sin embargo, aunque era consciente de que los mayores peligros para los países eran «la tiranía y la anarquía (que) forman un inmenso océano de opresión», y que por ello luchaba denodadamente contra ellas, su sueño empezó a trizarse cual un fino cristal. La abolición de la esclavitud y de las prestaciones personales de tipo feudal y la derogación de los privilegios sociales contempla das por la constitución de Bolivia y el decreto de repartición de tierras del Estado entre los campesinos supuso la reacción de la oligarquía local, al mismo tiempo que la peruana resistía la aplicación de las medidas reformadoras impulsadas en este país, sobre todo las leyes que sancionaban la libertad del indígena. En Colombia, las fuerzas secesionistas, encabezadas por el general Antonio Páez, iniciaron las hostilidades y, aunque en principio Bolívar logró neutralizarlas, pronto comprobó no sólo la imposibilidad de 1 levar a cabo la construcción de la Confederación de los Andes, sino también de mantener la unidad de la Gran Colombia. «Cada día me confirmo más en que la República está disuelta, y que nosotros debemos devolver al pueblo su soberanía primitiva, para que él se reforme como quiera y se dañe a gusto», escribe profundamente dolido y decepcionado.
Acabadas las guerras de independencia y lograda ésta, las clases dominantes americanas antepusieron sus privilegios alentando los nacionalismos en detrimento de la unidad continental. «Los hombres y las cosas gritan por la separación, porque la desazón de cada uno compone la inquietud general. Últimamente la España misma ha dejado de amenazarnos: lo que ha confirmado más y más que la reunión no es ya necesaria, no habiendo tenido ésta otro fin que la concentración de fuerzas contra la metrópoli», escribe con lucidez en 1829.
Pero a pesar de todas las contrariedades Simón Bolívar continuó luchando por salvar lo que quedaba de su sueño y lo hizo hasta que las fuerzas disgregadoras se hicieron irresistibles y la Gran Colombia sufrió en 1830 la grave crisis de la desmembración de Venezuela y de Ecuador. Acabado el sueño que lo sustentaba, poco después, Simón Bolívar moría en San Pedro Alejandrino, con una amarga sensación de fracaso y resentimiento en su alma, pero persuadido de la grandeza de sus ideales.
La controvertida personalidad política de Bolívar, el más grande héroe de la independencia americana, acaso la haya dado él mismo en una carta escrita a José Antonio Páez: «Yo no soy Napoleón ni quiero serlo; tampoco quiero imitar a César; aún menos a Iturbide. Tales ejemplos me parecen indignos de mi gloria. El título de Libertador es superior a todos los que ha recibido el orgullo humano. Por tanto, me es imposible degradarlo.»
1783 24 de julio; nace SIMON BOLÍVAR en Caracas (Venezuela),
1799 Embarca con destino a España.
1802 Casa con María Teresa Rodríguez del Toro y regresa a Venezuela.
1804 Muerta su esposa, viaja a París, donde permanecerá hasta 1807, año en que regresa a Venezuela por Estados Unidos.
1812 Crisis de la Primera República en Venezuela y Manifiesto de Cartagena.
1817 Bolívar invade Venezuela y proclama la libertad de los esclavos.
1821 Bolívar se erige en presidente de Colombia.
1822 26 de julio: entrevista de Guayaquil con José de San Martín.
1824 Bolívar dictador del Perú. 6 de agosto: batalla de Junín.
1826 Congreso de Panamá y Constitución de Bolivia.
1827 Bolívar somete al general Páez, impulsor de una revolución en Venezuela.
1830 Renuncia a la presidencia de Colombia. 17 de diciembre: muere en San Pedro Alejandrino.
Tomado íntegramente de:
Carlos Gispert (Director). 1996. Grandes Biografías. OCEANO Grupo Editorial S.A., Barcelona España. Tomo III. Pág: 438-445.
Interesante conocer la vida y obra de personajes ilustres venezolanos y latinoamericanos, para saber de dónde venimos, que estamos haciendo ahora y hacia para dónde vamos. Pronto más biografías…Saludos.
ResponderEliminar