San Pablo: El Super Apóstol de los Gentiles y Mártir |
Esta doble denominación, difundida entra las familias judías de la diáspora, se debe quizás a la ciudadanía romana de la que gozaba la familia de Pablo, después de asentarse en la provincia de Cilicia. De este modo, por su ascendencia judía Pablo lleva el nombre del rey Saúl, el personaje más ilustre de su tribu, la de Benjamín (cf. Flp 3,5).
Las
fuentes que permiten trazar un curriculum vitae de Pablo son sus mismas cartas
y los Hechos de los Apóstoles, en donde él se convierte en el personaje
principal, sobre todo a partir de Hch 13.
Por
los Hechos sabemos que Pablo nació a comienzos de la era cristiana, en Tarso de
Cilicia, «ciudad no ciertamente sin prestigio» (cf. Hch 21,39).
La
importancia de Tarso, capital de Cilicia, puede señalarse tanto en el aspecto
económico como en el cultural: el río Cidno le permite una fácil navegación y
por tanto un rico comercio; las escuelas de retórica y de filosofía la
convierten en la cuna de famosos pensadores como Crisipo, Néstor, que será el
preceptor de Cicerón, Atenodoro y sobre todo Hermógenes, maestro de retórica.
Sin embargo, aunque nacido en Cilicia, Pablo vivió en Jerusalén desde su
infancia, durante la cual asistió a la escuela de Gamaliel 1 (cf. Hch 22,3). Su
profundo conocimiento del Antiguo Testamento, que maduró «a los pies de Gamaliel
», puede observarse ante todo en las argumentaciones «midrásicas» de su
epistolario (cf. Gál 3,6-14. 4,21-5,1; Rom 9,1-36). Según dice eí mismo Pablo,
recibió una formación rígida respecto a la religiosidad y la ley judía (cf. Gál
1,13- 14; Flp 3,6). De su juventud no sabemos más que el hecho de que, según
Lucas, tomó parte en la lapidación de Esteban (Hch 7,58; 8,1). El
encarnizamiento de Pablo contra la nueva «secta» que empezaba a formarse dentro
del judaísmo se vio interrumpido por el encuentro con Jesús resucitado en el
camino de Damasco (cf Hch 9,1-19; 22,5-16; 26,9-18), Este encuentro representa
el giro fundamental de la vida de Pablo, aun cuando él mismo lo describe,
actualizando sobre todo la llamada profética de Jeremías, como una «vocación»
más que como una «conversión» (cf. Gál 1,15-17. cf Jr 1,5). En la misma triple
narración del encuentro con Jesucristo en el camino de Damasco, Lucas utiliza
el vocabulario de la vocación más bien que el de la conversión.
Naturalmente,
esto no significa que Pablo no tuviera, como todo creyente, necesidad de
convertirse, sino que de todas formas esta «revelación" consiste en el
reconocimiento de que Jesús es el Mesías, que de él se deriva la vida y el don
del Espíritu. Por otra parte, Pablo no tiene reparos en hablar de su «celo» por
la Ley: Además, el cristianismo del siglo 1 sigue formando parte de esa gran
madre que era el judaísmo: Pablo no pasó de una religión a otra.
Finalmente,
no tuvo tampoco que abandonar la Ley, considerándola como falsa; al contrario,
reconoce que « indepedientemente de la Ley, se ha manifestado la justicia de
Dios, atestiguada por la Ley y por los profetas» (Rom 3,21). Esta justicia de
Dios consiste sobre todo en la salvación que se obtiene mediante la fe en
Cristo. Los dos textos del Antiguo Testamento que confirman el valor de «la fe»
en Cristo, sin la Ley misma, son también los dos fundamentos de toda la
teología paulina: Gn 15,6 (cf. Gál 3,6; Rom 4,3) y Hab 2,4 (cf. Gál 3,1 1; Rom
1,17).
Esta
revelación representa el punto de partida y el centro de la acción misionera de
Pablo que, a través de tres viajes, llega a las principales regiones del
Imperio romano, fundando las comunidades cristianas de Galacia, Éfeso y Colosas
en Asia, de Tesalónica y Filipos en Macedonia, de Corinto en Acava. Los tres
viajes misioneros se desarrollan entre finales de los años 40 (por el 47-49) y
finales de los años 50 (57-58). Entre el 58 y los comienzos de los años 60
Pablo es llevado como prisionero a Roma para sufrir allí un proceso, ya que
después de su encarcelamiento en Jerusalén había apelado a sus derechos de
ciudadano romano.
Casi
seguramente sufrió el martirio bajo el emperador Nerón (60-63).
Durante
sus permanencias proyectadas u obligadas, debido a la estación invernal, Pablo
escribe sus cartas dirigidas a las comunidades fundadas durante sus viajes,
excepto la carta a los Romanos, enviada a una comunidad no fundada por Pablo.
Bajo su autoridad figuran 13 cartas que pueden subdividirse así: las 7 «grandes
cartas» (1 Tes, 1-2 Cor, Gál, Rom, Flp, Flm) a las que añadimos la 2 Tes, que
según muchos resulta ser «pseudoepigráfica», es decir, no de Pablo, aunque
recoge la temática de la escatología, trazada ya en 1 Tes: las cartas
"eclesiológicas» - (Col, Ef) y las cartas "pastorales» (1-2 Tim,
Tit). Además, la crítica contemporánea exegética confirma la no paternidad
paulina de la Carta a los Hebreos, que por otra parte no es siquiera una carta,
sino un discurso catequético.
Quizás
convenga precisar que las cartas de Pablo, aunque responden a situaciones y
problemas concretos que viven las comunidades cristianas, no se escribieron
"a vuela pluma». Al contrario, el estilo, el vocabulario, la concatenación
argumentativa y el tipo de demostración revela unas iargas fases de reflexión y
de maduración. Por otro lado, ¿cómo puede hablarse de improvisación en la carta
a los Romanos, o bien en Gál 3-4; 1 Cor 1-4'2 Cor 10-13?
Lo
que pasa es que la formación de la epistolografía clásica era más compleja que
la contemporánea: en cada carta colaboraba un secretario, encargado de escribir
a mano la carta, un cartero que llevaba la carta a los destinatarios y un
lector que explicaba el contenido de la carta. Aunque estas funciones podía
desempeñarlas el mismo personaje, lo cierto es que había diversas fases de
mediación en la comunicación epistolar. Debido a este itinerario sintético de
la epistolografía clásica y paulina, que se servía de pergaminos o de papiros
que, a su vez, sufrían un largo proceso de formación, se deduce también su
función "litúrgica" o asamblearia: las cartas de Pablo no se enviaban
para ser leídas en particular por una persona, en su propia habitación, sino
para ser leídas y explicadas en una comunidad reunida para escucharlas. La
importancia litúrgica de las cartas de Pablo se puede vislumbrar a través de
las doxologías finales con que cierra las diversas secciones o cada una de las
cartas (cf Rom 5,21; 16,25-27. Gál 6,18).
En
el centro de la teología paulina se encuentra el evangelio de Jesucristo,
explicado de varias maneras, con diversas implicaciones para la fe. Así, el
anuncio evangélico de Gál está representado por el don de la filiación
universal (cf. Gál 1,1 1-12; 3,6-7), mientras que en Rom corresponde más bien a
la universal "imparcialidad divina» (cf Rom 1,16-17): y en 1-2 Cor consiste
en la «sabiduría de la cruz» (cf. 1 Cor 1,18). Así pues, el acontecimiento
unitario de la muerte y resurrección de Jesucristo representa el fundamento de
la escatología (cf 1 -2 Tes), de la eclesiología (cf. Col, Ef), de la
pneumatología y de la ética paulina.
Quizá
para Pablo el encuentro con Cristo se reveló más importante que un encuentro de
visu con Jesús de Nazaret, durante un discurso en parábolas o un milagro: no
hay nada tan importante como esto para quienes hoy están llamados a « creer sin
ver» .
A.
Pitta
Bibl.:
G. Barbaglio, Pablo de Tarso y los orígenes cristianos. Sígueme, Salamanca
1989: F. Amiot, Las ideas maestras de san Pablo, Sígueme, Salamanca 1966: A.
Brunot, Los escritos de san Pablo, Verbo Divino, Estella 1982: L, Cerfaux,
Itinerario espiritual de san Pablo, Herder, Barcelona l 968: A. Fitzmyer Teología de san Pablo,
Cristiandad, Madrid 1975: F Pastor Ramos, Pablo, un seducido por Cristo. Verbo
Divino, Estella l 993.
OBSERVACIÓN IMPORTANTE: Este Artículo fue íntegramente tomado de:
e-Sword: La espada
del Señor con filo electrónico, la cual puede descargar del siguiente sitio:
https://www.e-sword.net/
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