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El Arpista Figueredo (El Indio Figueredo). Lectura de Reflexión

 
 

El Arpista Figueredo  (El Indio Figueredo)

Esta historia es también de Eduardo Galeano y la contó en Cartagena, en el encuentro que hubo en 1997 sobre investigación – acción. Historia tomada de la obra “Educando en Valores” del insigne docente Antonio Pérez Esclarín.


Ignacio “Indio” Figueredo uno de los primeros arpistas del llano adentro convertido en leyenda, digno ejemplo, maestro de maestros entre músicos y cantadores. Este famoso arpista a la edad de los 11 años a marcar las primeras notas en un arpa colombiana.

Según relato el indio su primera actuación la hizo en San Juan de Payara del Estado Apure, el primer contrato lo hizo por Bs. 25 a tan solo cinco días de tener su arpa, la cual fue pagada por su señora madre, que les decía a los invitados que ella les presentaría al niño de los altos cielos, lo que con sorpresa y admiración aplaudieron los allí presentes a ver la presencia del muchacho, que siguió su rumbo tocando en fiestas de pueblos y bailes sabaneros.


No había fiesta en el llano ni baile de joropo sin el arpa mágica del maestro Figueredo. Sus dedos acariciaban las cuerdas y se prendía la alegría y brotada incontenible el ancho río de su música prodigiosa. Se la pasaba de pueblo en pueblo, anunciando y posibilitando la fiesta. 

El, sus mulas y su arpa, por los infinitos caminos del llano. Una noche, tenía que cruzar un morichal espeso y allí lo esperaron los bandidos. Lo asaltaron, lo golpearon salvajemente hasta dejarlo por muerto y se llevaron las mulas y el arpa. A la mañana siguiente, pasaron por allí unos arrieros y encontraron al maestro Figueredo cubierto de moretones y de sangre. Estaba vivo pero en muy mal estado. 

Casi no podía hablar. Hizo un increíble esfuerzo y llegó a balbucear con unos labios entumecidos e hinchados: «Me robaron las mulas». Volvió a hundirse en un silencio que dolía y, tras una larga pausa, logró empujar hacia sus labios destrozados una nueva queja: «Me robaron el arpa». Al rato, y cuando parecía que ya no iba a decir más nada, empezó a reír. Era risa profunda y fresca que, inexplicablemente salía de ese rostro desollado. Y en medio de la risa, el maestro Figueredo logró decir: 
«¡Pero no me robaron la música!».


Moraleja: Pueden robarnos cuanto bien material poseamos, pero no permitamos que nos roben los sueños. Que NO nos roben la alegría y la emoción en nuestro apostolado de servicio hacia el prójimo, que NO nos roben la esperanza y la ilusión, que NO nos roben la utopía.

Esta lectura es cortesía de:
http://blogs.unellez.edu.ve/formando/2009/11/15/el-arpista-figueredo/

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