Por: Ramón Sosa Pérez
De Hipólita y Matea, las dos negras que ampararon la temprana orfandad de Simón Bolívar, se lían sus historias de tal suerte que se ven envueltas en similares episodios y hasta se le ha endosado a una lo que de valía tiene la otra. Lo cierto es que sus nombres ataviaron la infancia del futuro Padre de La Patria y le inculcaron a fe cierta el ideal de emancipación que por generaciones inquietaba el pecho de aquellas nobles mujeres de color.
Hipólita, la veinteañera madre primeriza que dio a luz un mes después que doña María de la Concepción, tuvo el privilegio de lactar al pequeño justo a 30 días de nacido porque antes lo había hecho la cubana doña Inés Mancebo de Mijares. La historia le cede puesto de mayorazgo en la maternidad porque el propio Libertador así la llamó en carta a su hermana María Antonia, a quien pidió la atendiera “en lo que pida porque ella ha alimentado mi vida”.
En cuanto a Matea, la esclava guariqueña que nació en la Hacienda El Totumo, de San José de Tiznados, propiedad de los Bolívar, diremos que la coetaneidad se hizo manifiesta en los juegos porque era predilecta de doña María, a juicio de la educadora Antonia Esteller Camacho Clemente Bolívar, sobrina-nieta de Simón Bolívar pues “sabía coser, bordar y planchar a la perfección (..) era la esclava favorita quien la ayudaba en su tocado que siempre resultaba de exquisito gusto”.
Cuando nació Simón, Matea recién cumplía 10 años de edad y podía verlo en las travesuras infantiles pero vino la separación y al retorno a la patria, desposado con María Teresa, pidió a su ama María Antonia que le dejara servir a su hermano en San Mateo. Sobrevino la muerte de la esposa, él se entregó a la causa libertadora y en 1814 cuando Antonio Ricaurte se inmoló en la Hacienda para salvar la República, ella presenció el duro trance desde la Casa Alta de los Bolívar.
Fiel a quienes llamaba su familia, Matea no se turbó con la libertad a los esclavos y permaneció leal sirviendo en la enfermería de los hospitales de sangre o acudiendo presurosa al cuidado de los Bolívar, cuando Simón le pidió que acompañara a María Antonia en su exilio a Cuba. En 1830, al saber la muerte del Libertador, acompañó el duelo familiar con gran pesar y el 28 de octubre de 1876, Día de San Simón, entró del brazo de Guzmán Blanco abriendo el Panteón Nacional en el traslado de los restos venerandos del Libertador.
La guasa que heredó de su casta la distinguía en su ancianidad cuando adrede confundía en casa de María Antonia a quienes ayer nomás traicionaron el ideario bolivariano y se le oía farfullar los nombres de Páez, Santander o Flórez, alertando así los nuevos traidores que pretendían usar el nombre del benemérito en su favor personal. Confesaba, además, que su ordinario palabreo se lo debía a Boves cuando ocupó a San Mateo. El 29 de marzo de 1886 falleció en Caracas a la edad de 112 años.
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